
Question in a Facebook quizz
La filosofía tiene un papel esencial que jugar para contribuir a la unidad de la formación, no porque ella dominaría y totalizaría el conjunto de los saberes, sino porque, en la medida en que es también, si no solamente, reflexión crítica, porque ella se alimenta siempre de problemas, de conceptos, de debates nacidos en diversos lugares del saber y de la cultura, es tradicionalmente el espacio privilegiado en el cual las categorías del saber o de la cultura pueden ser construidas, asimiladas, pero también interrogadas y discutidas.(Jacques Derrida, Du droit à la philosophie, París, Galilée, 1990, pp. 630-1).
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Aunque no soy filósofo, tengo un gran respeto por quienes dentro de la academia o de forma marginal a ella, se dedican a la reflexión dura. Desde que la lectura se volvió parte fundamental de mi vida ha sido rara la ocasión en que no me encuentre leyendo al menos un libro de filosofía. Y reconozco que me es imposible tomar en serio la crítica literaria sin subrayar las tensiones que la unen a la filosofía, a veces como un parasíto y otras como un siamés. A riesgo de sonar muy platónico/aristotélico (riesgo al cual ningún occidental puede escapar, por más marginal que se intente ser y por más que se intente ir contra tres mil años de tradición) aún creo en la filosofía como eje fundamental del conocimiento humano y me parece que para algunas profesiones y oficios (desde médicos y estadistas hasta traductores) tan necesaria como saber cuánto es dos más dos aunque no indispensable para todos.
El fin práctico de la filosofía es uno de los puntos centrales del debate que no debe ser postergado por las crisis que atraviesa este país. Por el contrario, me parece que el contexto mismo nos está ofreciendo una respuesta. No es necesario ser filósofo (o ni siquiera algo cercano, como crítico literario, traductor o escritor) para darse cuenta que tener la capacidad para reflexionar (sin necesidad de usar el tono en que escribo este post) sobre problemas de ética y lógica del discurso, con un conocimiento superficial pero significativo de la historia de las ideas, podría salvar a nuestro país de males sociales que tienden a surgir en situaciones como la actual. Ya antes, en algún comentario, había tocado este punto. Si los votos (verdaderos, falsos o dudosos) y las armas son los ladrillos con los que se construye un régimen los planos del mismo se trazan con filosofía y la retórica es la voz entre el arquitecto y los albañiles. ¿Nuestros "arquitectos" quieren que sus "albañiles" sepan qué construyen? Por supuesto...
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