
Su propia respiración, nada más:
no hay sonido más propio
mientras su mente se atormenta
con nubes de color casi ajeno:
inhala, exhala: el silbido del ojo
de un huracán categoría cinco:
falsa calma, pausa medular,
en medio de furia húmeda
que se precipita entre párpados
bajo fango de maquillaje,
cayendo a sus mejillas
en aludes negros
cuando continua la tempestad:
con certeza destructiva
en su garganta vibra el trueno
que contiene apretando los dientes:
relampaguea en sus ojos
una revancha contra un solo hombre,
mientras su mente se atormenta
con nubes de color casi ajeno:
inhala, exhala: el silbido del ojo
de un huracán categoría cinco:
falsa calma, pausa medular,
en medio de furia húmeda
que se precipita entre párpados
bajo fango de maquillaje,
cayendo a sus mejillas
en aludes negros
cuando continua la tempestad:
con certeza destructiva
en su garganta vibra el trueno
que contiene apretando los dientes:
relampaguea en sus ojos
una revancha contra un solo hombre,
desfigurador del deseo:
él, ofreció perlas de lluvia
traídas de países desérticos,
en cada una escribió la letra
de alguna canción insulsa;
él, ofreció perlas de lluvia
traídas de países desérticos,
en cada una escribió la letra
de alguna canción insulsa;
amontonó en otra
todos los alfabetos
para regalarle
en una canica
todo el Universo;
él, en otra esfera improbable
proyectó películas biográficas:
las de su poeta favorita,
siempre con final suicida,
y las cintas quiméricas
sobre la vida que compartirían;
él, perla a perla fue despertando
a las sirenas que cantan la locura
en los mares de su mente;
él, calentó las aguas, agitó los vientos
cada vez que juró comprender la demencia,
tener poder de racionalizar la locura;
él, en vez de soledad
sólo le ofreció más perlas:
más nubes, más lluvia, más viento
que ya no es brisa reciproca,
cuando sólo quedan ostras
vacías de restaurantes polvorientos,
sino vendaval que alimenta
la tormenta donde ella se ahoga.
todos los alfabetos
para regalarle
en una canica
todo el Universo;
él, en otra esfera improbable
proyectó películas biográficas:
las de su poeta favorita,
siempre con final suicida,
y las cintas quiméricas
sobre la vida que compartirían;
él, perla a perla fue despertando
a las sirenas que cantan la locura
en los mares de su mente;
él, calentó las aguas, agitó los vientos
cada vez que juró comprender la demencia,
tener poder de racionalizar la locura;
él, en vez de soledad
sólo le ofreció más perlas:
más nubes, más lluvia, más viento
que ya no es brisa reciproca,
cuando sólo quedan ostras
vacías de restaurantes polvorientos,
sino vendaval que alimenta
la tormenta donde ella se ahoga.
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