le passé est un animal grotesque
Vida y opiniones de Eliud C. Delgado, Volumen II: diciembre, 2006 a junio, 2009

Apuntes multilingües y narraciones librescas de días volátiles,
cuyo soundtrack incluye un playlist para la certeza viajes con destino incierto

Confesión Latinoamericana

Me es preciso confesar disgusto por la situación actual de Latinoamérica. Confesar en la dualidad de un acto que es tanto individual como social; una acción reveladora tanto al exterior —dirigida al otro— como al interior —para mi propio entendimiento. Esta confesión es una enunciación pública, una exposición de mi disgusto. Me refiero a exponerlo tanto en el sentido de mostrarlo —mostrártelo, mostrármelo a mí mismo como en un espejo—y explicarlo –explicártelo, explicármelo, explicárselo a un tercero— como en el de arriesgarlo a ser censurado, elogiado, convertido en panfleto, manifiesto—de manera más descabellada, en catálogo de demonología social para cazadores de brujas o instructivo para alzar una revolución— en el peor, aunque más probable, de los casos arriesgo esta confesión a ser ignorada.

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Confesar es una aventura hacia la reacción de los otros y a la otredad que ésta adquiere para ti que la lees, para ti a quien me dirijo en singular pero que eres parte de una pluralidad—de carácter heterogéneo que pretendo reconocer al dirigirme a ti en singular— para ti que no espero asumas la posición de confesor, que juzgue mi disgusto como un pecado sino que conceptualices esta exteriorización más allá de un intercambio binario entre autor y lector, confesante y confesor, vendedor y comprador, productor y consumidor, expositor y espectador, centro y periferia.

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Si escribo (confieso) de esta manera es porque busco que esta confesión (este texto) trascienda, y transgreda, las limitantes que impone una relación antitética, idealizada como dicotomía, entre enunciador y receptor.

¿Por qué planteo la necesidad urgente de liberar a esta confesión de una característica en apariencia inherente a la comunicación, entre otras diversas interacciones sociales que definen a nuestras sociedades Occidentales? Porque la aludida inherencia de la dualidad no es más que una convención que permite la categorización entre bien y mal, correcto e incorrecto, y la consecuente jerarquización de los medios o personas que están “autorizados” para emitir juicios. Esta confesión no la emite una voz aprobada, ni pretende tener grado alguno de autorización; esta confesión va más allá de los limites y la marginalidad impuestas por convenciones de poder y jerarquía.

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– Siento disgusto.

– ¿No será, tal vez, simple inconformidad, incomodidad, incluso odio o enojo?

– No, se trata de disgusto: dis(gusto), disgusto, disgusto —donde el prefijo se supone indica la ausencia de la carga semántica representada por la partícula a la que precede.

– Sin embargo todas las opciones dejan espacio a la ambigüedad donde el prefijo es una broma, aunque ése es uno de los riesgos que conlleva la aventura de confesar, ¿no? ¿Por qué confesar entonces cuando parece que hacerlo es emprender una travesía destinada a naufragar?

– Porque la travesía de esta confesión no está trazada, no tiene un itinerario y su objetivo no es el intercambio, la compra-venta, la redención-perdón.

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El disgusto, al confesarse, inunda al confesante hasta desbordarlo, hasta hacerlo escupir esta confesión. El disgusto que se confiesa es indecible en la medida en que al llegar a sus múltiples confesores, o plurifacetico confesor, se transforma en una intelectualización, sentimiento, erotización, ideal, excreción… distinta y completamente propia de la individualidad inherente al confesor en turno o al fragmento en turno del confesor. Esta ola no la origina el confesante.

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¿De qué está compuesta la ola que inunda de disgusto al confesante? No estoy seguro si se debería hablar de un componente o componentes de la ola, o se debería hablar de cómo y dónde se origino la ola. En realidad cualquiera de esas dos opciones resultaría ardua y fútil. La ola es el movimiento del mar, el movimiento del universo que es para mí escribir una confesión en un departamento al sur de la ciudad de México, ir diario a tomar clases de licenciatura en letras inglesas a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, para lo cual atravieso el sur de la capital de México, país que está en América, más específicamente, por idioma y cultura, en Latinoamérica, al igual que Colombia, Venezuela, Ecuador, Panamá, etc…

La ola que me trae en este momento este mar es la (im)posibilidad de guerra, los engaños para conseguir carne de cañón, la ambición petrolera, el nulo interés por el desarrollo del arte, pero sobre todo el aliento a la perpetuación de estereotipos: todas situaciones que me llenan de disgusto. Disgusto que es preciso confesar, confesarlo para devolverlo a las aguas que me lo provocan. La ola me trae fragmentos como el siguiente:

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"Durante la única conferencia que dicté en uno de los auditorios de la UNAM, años atrás, recuerdo que los estudiantes me escuchaban con cara de no entiendo nada, como si les estuviera hablando de otro planeta. Yo les hablaba de liderazgo empresarial, y les puse ejemplos de Bimbo o Sabritas. Yo he dado clases por años, y no tengo problema para comunicarme en un lenguaje claro con quien no domina la materia de negocios.

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El problema estaba del otro lado. Los numerosos ejemplos de estudiantes de esas facultades, empezando por El Mosh y aderezado esta semana por Lucía Andrea Morett Álvarez —la estudiante mexicana herida en el campamento de las FARC en Ecuador—, deberían merecernos reflexiones serias sobre los programas académicos, las habilidades conceptuales y —en todo caso—, el adoctrinamiento de que son sujetos algunos jóvenes en esas aulas"

(Carlos Mota, en su infame columna del periódico Milenio, Cubículo Estratégico)

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¿Cómo es posible no sentir disgusto ante un ambiente inundado por consignas que llevan claramente el signo de la dualidad, del bien y el mal, lo aceptable y lo inaceptable, negando así la pluralidad y asumiendo el rol de bondad, autorización y capacidad de condena? Cada vez más Latinoamérica se vuelve una dicotomía, una zona polarizada, dividida en izquierda y derecha, en pro-yanqui y bolivariana que no deja espacio para la pluralidad. Estamos atrapados en una polarización totalizante.
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Si esta confesión comenzó con la auto-reflexión es necesario, su misma naturaleza le pide, culminar en un tono más mundano y pragmático, casi íntimo. Siempre es lamentable la amenaza de la guerra —incluso cuando la amenaza significa pasar de un conflicto completamente improbable a uno ligeramente probable. Sin embargo está ocasión se plantea a todos los gobiernos y pueblos latinoamericanos la responsabilidad de tener una opinión, pública o privada, al respecto. Incluso ignorar el conflicto implica una acción que puede resultar tan cínica como cruel. La fuerte implicación que tiene en el conflicto, al menos en México, una institución (en el sentido más pragmático, aunque la palabra no puede escapar a sus otros sentidos y la aclaración los subraya) a la que respeto, admiro y cuestiono por el valor que tiene en mi vida me hace poner especial atención en las impresiones que me causa.
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Debo confesar que siento disgusto por comprobar una vez más la vigencia de estereotipos que desprestigian la labor intelectual, educativa y cultural de la institución a la que me refiero, pero también el disgusto que siento por ciertos abusos a la pluralidad y apertura ideológica de dicha institución. En este punto mi disgusto se disuelve, mientras esta confesión llega a un callejón sin salida ¿quién le hace más daño a la UNAM, a la Facultad de Filosofía y Letras: los empresarios y medios que estereotipan a su población o los grupos políticos de diversa índole (tanto de supuesta izquierda como de derecha disfrazada) que buscan en ella carne de cañón? ¿en qué medida los ejemplos que en la coyuntura actual resultan más inmediatos prolongan deliberadamente esta paradoja? ¿deberíamos luchar por imponer nuestra pluralidad? ¿qué no la paradoja demuestra que en ambos extremos es imposible la pluralidad porque ambos se construyen a base de discursos monológicos? ¿qué no todo radicalismo es totalitario?
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Si las FARC cometen excesos al ser izquierdistas radicales, ¿no se podría hablar entonces de los excesos terroristas de los gobiernos de Uribe, de Calderón, de Fox al ser ellos capitalistas radicales? ¿no se podría hablar entonces del periodismo terrorista que ejercen en México ciertos columnistas, como Carlos Mota, por ser además empresarios radicales? ¿Cómo no sentir disgusto en un escenario continental donde una izquierda desvirtuada da paso a los radicalismos de la derecha? Me disgusta, sobre todo, ver tanta atención mediática sobre la Facultad de Filosofía y Letras sólo para difamarla en base a hechos aislados mientras la sociedad entera ignora su verdadera función, en esencia crítica y plural.
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En mis oídos zumban paradójicas las brujas de Macbeth: “Fair is foul and foul is fair”
3 deambularon por aquí:

en principio, eliudsin, mide tus palabritas sardónicas, porque hablar de teorías postmodernas es hablar de nada. Por otra parte, occidente es en realidad nuestro oriente y sobre los regionalismos no me interesa hablar ni me importa la política ni nada. Los rebaños silenciosos son tú y todos los que bajan la cabeza para conformarse con lo que está, poéticamente hablando. Las masas no son grandes conglomerados sino denotan una indefinición o una falta de toma de partido. Y me refiero a las masas poéticas que ahora subyacen en ese sentido postmoderno de lo subjetivo. Una subjetividad falsa, una tipificación creada por los medios. Al hablar del sistema siempre me referiré al sistema literario, Los artistas no cambiaremos el mundo terrenal sino el mundo del arte.

Ahora bien, sigue tu camino y no interrumpas a la mancha, ok? cuando hablan los mayores hay que aprender a callar y ser respetuoso.

besitos.

p.d no hay verdades en ningun lado, ninguna afirmación es tal.


Creo que a alguien le arden hasta el culo mis "palabritas sardónicas", jajaja... lo que me da hueva es que sea la mancha y no Carlos Mota.


Camarada, parece que nos hubiéramos puesto de acuerdo tantos blogueros meros meros para mentarle su puta madre al letrista del mierdenio. Lástima que sigamos siendo tan pequeños y tengamos que seguir haciendo berrinchitos porque no queremos prestarnos los juguetes, como si eso valiera la pena. El día que cada quien se ponga a arar su surco otro gallo cantará y, entonces sí, transformaremos al mundo -desde el arte- no hay de otra.
Un abrazote
El P.N.



Eliud C. Delgado: poeta, traductor & flâneur/lector de comics y melómano indie/medio geek/cultivador de las intertextualidades dispares//Regala PDFs// Antologado en Paraíso en llamas (Literal, 2008) y Perduración de la palabra (Facultad de Filosofía y Letras UNAM, 2008)

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