O Rare Ben Jonson
9:46 AMHe disfrutado mucho leer Jonson, a pesar de que fue una obligación. Por eso creo que esta nota debe preceder este post que parece algo agresivo. Antes de leer a Jonson no había notado lo contradictorio que es leer una obra de teatro y tratarla como si fuera sólo el texto (aunque en las clases siempre te digan que uno tienen que tomar en cuenta que era una representación sujeta a un espacio bien definido) y no un complejo acto performativo. Creo que Jonson es uno de los grandes culpables de que, al menos en inglés, se le de un lugar preferencial al texto en el teatro en detrimento del performance, que es donde realmente radica el espíritu del teatro. Creo que la literatura ha maltratado mucho al teatro, de ahí mis desavenencias con Jonson: el personaje de las historias literarias, dictador del canon literario inglés. Sobre la persona, de la que apenas quedan huesos, no tengo nada que decir porque sería absurdo pelear con alguien que murió hace más de trescientos años.

Últimamente me he sentido vigorosamente agobiado. El teatro isabelino, Artaud y Derrida, pero sobre todo una repugnancia enfermiza por Ben Jonson, se han estado mezclando en mi mente de manera insospechada. No escribiré un largo post explicando porqué; sólo puedo decir que nunca antes había sentido un placer intelectual equiparable al físico.
Durante casi un año sentí la mente entumecida. Era necesario un shock para salir de ese estado. Me encontré, metafóricamente, con una muralla que parecía detener todas mis intenciones de avance. Trate de rodearla, derribarla, ignorarla; todos parecían esfuerzos inútiles. Entonces intenté lo que parecía imposible y al mismo tiempo más lógico: escalarla. No, no es una tarea titánica. Toda lo que por su magnitud parece titánico deja de serlo cuando se enfrenta.
A pesar de que me siento bien por regresar a sus goznes el cauce de mi escritura (ja), eso no cambia muchas cosas. Me gusta caminar por la calle y pensar que ir a la universidad para estudiar letras es una falacia. Escribir es un oficio tan pueril como el del artesano. Mientras veo a un ingeniero hablar con los albañiles me identifico con lo que hacen mientras se edifica un poema en mi mente. Pocos notarán el esfuerzo de los albañiles y el diseño de los ingenieros, pero todos usaran el puente. De la misma manera, tal vez muy pocos lean alguno de mis poemas (y mucho menos mis ensayos) pero, igual que el puente y los albañiles, son parte de una realidad (por negarla o resignarse a ella) que a veces parece monstruosa y otras veces fascinante. Estudiar literatura en la universidad es sólo engañar a la sociedad para intentar dedicarse libremente a un oficio que se considera malefico por estar fundado en la mentira.
Sólo puedo agradecer a Ben Jonson, quien odiaba a los albañiles y sentía veguenza de haberse alimentado gracias a tan venerable oficio, por dejar tanta antipatía expuesta en su escritura. De no ser por él y la repulsión que me causa su literatura no hubiera descubierto la manera de convertir, como los budistas, una emoción negativa en regocijo edificante. Qué lástima que Jonson no continúo con el oficio de su padrastro, pues la poetica de los maistros (que las chicas conocen bien) está a la altura que realmente corresponde al "hijo del intelecto".