Walking Backwards to Jonson (o encontré a mi turista japonés) Gurrola tenía razón
2:53 AMEstoy en una encrucijada.
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Hace un año entré —de manera en apariencia fortuita— a una cátedra extraordinaria de teatro en lugar de a mi clase de traducción. Con un suéter rojo usado a manera de chal, José Luis Ibáñez dominaba con su voz las salas A y B de la Facultad de Filosofía y Letras. En dos de cada cinco oraciones mencionaba a Gurrola, y el nombre del entonces recién fallecido dramaturgo resonaba aún diez oraciones después de que Ibáñez lo pronunciaba.
Es posible que al contarla esté magnificando la anécdota —tal vez porque ahora le doy un valor significativo al acontecimiento en la sucesión de causas y efectos que conducen a mi actual insomnio o simplemente porque esa mañana había fumado mota.
Al salir de de ahí estaba convencido—más por las ideas que giraban en mi cabeza al escuchar a Ibáñez que por las que él de forma clara exponía— de que el teatro no es literatura.
Estaba convencido de que en mi tesis habría de probarlo.
Ya había considerado la idea, pero en ese momento mi convicción fue suficiente para descartar cualquier otra opción.
Incluso aquel fue el primer momento en que sentí una necesidad que desconocía, un escozor mental constante que hace arder un deseo inexplicable por hacer teatro. [No me imagino de actor, con trabajos me visualizo como director en muchos, muchos años; mi lugar es el de dramaturgo, quien provee de materia moldeable a los directores y actores. Considero al teatro un hecho artístico colectivo donde todos, desde el dramaturgo hasta el escenógrafo, tienen un lugar importante y un espacio para lucir sus talentos. La búsqueda de un protagonismo injustificado lleva al desastre en una forma de arte regida por el balance de una serie de procesos en tiempo, espacio, sonoridad y emocionalidad.]
Antes de eso la idea había rondado mi cabeza por casi un año, desde aquel día —a pesar de las variantes con que el tiempo cincela nuestros pensamientos— la idea ocupa mi mente a diario por varias horas.
Está noche se encuentra en crisis el programa que había diseñado para hacer esta idea inteligible. Incluso la alternativa más sencilla —que a la vez hace más largo todo el proceso— parece poco plausible.
Durante la maduración de la Idea he tenido varias influencias que — distantes o cercanas, vivos o muertos, a favor, en contra o indeferentes; a pesar de mí o de ellas mismas— no puedo negar: Ben Jonson, Shakespeare, Stephen Orgel, David Bevington, Harold Bloom, Antonin Artaud, Jacques Derrida, Nair Anaya y Alfredo Michel. Aún sobre el eco de aquellas presencias resuena como el opturador de un turista japonés, aquel que ha fotografiado todo antes de que uno llegara, el nombre de Juan José Gurrola.
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[citas lapidarias]
“Hasta ahora todos los que egresan de la Facultad de Filosofía y Letras (de la UNAM) son cerdos que dominan la letra ¿me entiendes? Salen en las revistas, se compaginan unos con otros, no se quitan empleos, están previstos para tener su revista ¿me entiendes?”
“Cuáles considera que son las obras más representativas de su carrera como director de teatro?
-Lástima que sea puta (de John Ford), Bajo el bosque blanco (de Dylan Thomas), Roberte esta noche (de Pierre Klossowski) y Los exaltados (de Robert Musil) son unas obras súper y también la de Salvador Elizondo, Miscast.”
“Logramos con dificultad infame llegar a enseñarles a hacer Hamlet en México [...], todos los literatos se hacen pendejos y no vienen a ver la obra porque les duele que traduzco mejor que ellos, que soy mejor literato que ellos."
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Gurrola tenía razón.
Todavía lo creo: el teatro no es literatura. Al menos estoy de acuerdo con Gurrola en que el hecho escénico supera por mucho a las pretensiones totalizantes y los juegos de poder en que acostumbra enredarse la literatura.
No quiero idealizar al teatro —que tiene sus propios problemas inherentes—, sólo creo que hoy en día se debe estar precavido de la megalomanía que infecta a la literatura.
Gurrola tenía razón.
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No hay tal encrucijada, el camino está trazado y lleva a un lugar, marcado con un año, titulo y número de página. A veces es necesario encontrarse a un turista japonés para regresar a casa.
La puta de Ford pasó por la pluma de Gurrola antes de que yo siquiera supiera leer. Ahora, como un cuckold isabelino, recorro de espaldas el camino de regreso a la zorra de Jonson
O Rare Ben Jonson
9:46 AMHe disfrutado mucho leer Jonson, a pesar de que fue una obligación. Por eso creo que esta nota debe preceder este post que parece algo agresivo. Antes de leer a Jonson no había notado lo contradictorio que es leer una obra de teatro y tratarla como si fuera sólo el texto (aunque en las clases siempre te digan que uno tienen que tomar en cuenta que era una representación sujeta a un espacio bien definido) y no un complejo acto performativo. Creo que Jonson es uno de los grandes culpables de que, al menos en inglés, se le de un lugar preferencial al texto en el teatro en detrimento del performance, que es donde realmente radica el espíritu del teatro. Creo que la literatura ha maltratado mucho al teatro, de ahí mis desavenencias con Jonson: el personaje de las historias literarias, dictador del canon literario inglés. Sobre la persona, de la que apenas quedan huesos, no tengo nada que decir porque sería absurdo pelear con alguien que murió hace más de trescientos años.

Últimamente me he sentido vigorosamente agobiado. El teatro isabelino, Artaud y Derrida, pero sobre todo una repugnancia enfermiza por Ben Jonson, se han estado mezclando en mi mente de manera insospechada. No escribiré un largo post explicando porqué; sólo puedo decir que nunca antes había sentido un placer intelectual equiparable al físico.
Durante casi un año sentí la mente entumecida. Era necesario un shock para salir de ese estado. Me encontré, metafóricamente, con una muralla que parecía detener todas mis intenciones de avance. Trate de rodearla, derribarla, ignorarla; todos parecían esfuerzos inútiles. Entonces intenté lo que parecía imposible y al mismo tiempo más lógico: escalarla. No, no es una tarea titánica. Toda lo que por su magnitud parece titánico deja de serlo cuando se enfrenta.
A pesar de que me siento bien por regresar a sus goznes el cauce de mi escritura (ja), eso no cambia muchas cosas. Me gusta caminar por la calle y pensar que ir a la universidad para estudiar letras es una falacia. Escribir es un oficio tan pueril como el del artesano. Mientras veo a un ingeniero hablar con los albañiles me identifico con lo que hacen mientras se edifica un poema en mi mente. Pocos notarán el esfuerzo de los albañiles y el diseño de los ingenieros, pero todos usaran el puente. De la misma manera, tal vez muy pocos lean alguno de mis poemas (y mucho menos mis ensayos) pero, igual que el puente y los albañiles, son parte de una realidad (por negarla o resignarse a ella) que a veces parece monstruosa y otras veces fascinante. Estudiar literatura en la universidad es sólo engañar a la sociedad para intentar dedicarse libremente a un oficio que se considera malefico por estar fundado en la mentira.
Sólo puedo agradecer a Ben Jonson, quien odiaba a los albañiles y sentía veguenza de haberse alimentado gracias a tan venerable oficio, por dejar tanta antipatía expuesta en su escritura. De no ser por él y la repulsión que me causa su literatura no hubiera descubierto la manera de convertir, como los budistas, una emoción negativa en regocijo edificante. Qué lástima que Jonson no continúo con el oficio de su padrastro, pues la poetica de los maistros (que las chicas conocen bien) está a la altura que realmente corresponde al "hijo del intelecto".