le passé est un animal grotesque
Vida y opiniones de Eliud C. Delgado, Volumen II: diciembre, 2006 a junio, 2009

Apuntes multilingües y narraciones librescas de días volátiles,
cuyo soundtrack incluye un playlist para la certeza viajes con destino incierto

"Wanting to Die", by Anne Sexton

12:29 PM
Since you ask, most days I cannot remember.
I walk in my clothing, unmarked by that voyage.
Then the most unnameable lust returns.

Even then I have nothing against life.
I know well the grass blades you mention
the furniture you have placed under the sun.

But suicides have a special language.
Like carpenters they want to know which tools.
They never ask why build.

Twice I have so simply declared myself
have possessed the enemy, eaten the enemy,
have taken on his craft, his magic.

In this way, heavy and thoughtful,
warmer than oil or water,
I have rested, drooling at the mouth-hole.

I did not think of my body at needle point.
Even the cornea and the leftover urine were gone.
Suicides have already betrayed the body.

Still-born, they don't always die,
but dazzled, they can't forget a drug so sweet
that even children would look on and smile.

To thrust all that life under your tongue! --
that, all by itself, becomes a passion.
Death's a sad bone; bruised, you'd say,

and yet she waits for me, year and year,
to so delicately undo an old would,
to empty my breath from its bad prison.

Balanced there, suicides sometimes meet,
raging at the fruit, a pumped-up moon,
leaving the bread they mistook for a kiss,

leaving the page of a book carelessly open,
something unsaid, the phone off the hook
and the look, whatever it was, an infection.

February 3, 1964

***
A smack in the mouth. This damn poem is a smack in the mouth. This shuts me off. I've got nothing serius to say about the matter, though I can utter bunches of nonsense about it.

It's always about it. It's all about that.

Everything and everyone is insane. I picture images of dying babys, people putting bullets in their brains, and girls eating soap. I had nightmares of those images las night. It's all about this stupid fear of death.

"It's all in your mind", "I'm into prescription drugs, they make me easy though I cannot help this sadness"....

I know, but the fear keeps haunting me. It comes and goes. Sometimes I even forget about it, so it re-appears suddenly.

I don't want her pity, as I know she doesn't want mine. It's all about fear, an irracional instict, a chemical reaction in our brain when we percive danger.

No. It isn't fear, it's all about fucking chemical reactions inside my brain produced by the dull perception I have of the unexpected and incoherent chemical reactions inside her brain. It's all about fucking chemicals.
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L'union fait la force

1:26 AM
DES SYMPATHIES ET DES ANTIPATHIES


En amour, comme en littérature, les sympathies sont involontaires ; néanmoins elles ont besoin d'être vérifiées et la raison y a sa part ultérieure.



Les vraies sympathies sont excellentes, car elles sont : deux en un - les fausses sont détestables, car elles ne font qu'un, moins l'indifférence primitive, qui vaut mieux que la haine, suite nécessaire de la duperie et du désillusionnement.


C'est pourquoi j'admets et j'admire la camaraderie, en tant qu'elle est fondée sur des rapports essentiels de raison et de tempérament. Elle est une des saines manifestations de la nature, une des nombreuses applications de ce proverbe sacré : l'union fait la force.


La même loi de franchise et de naïveté doit régir les antipathies. Il y a cependant des gens qui se fabriquent des haines comme des admirations, à l'étourdie. Cela est fort imprudent ; c'est se faire un ennemi, - sans bénéfice et sans profit. Un coup qui ne porte pas n'en blesse pas moins au coeur le rival à qui il était destiné, sans compter qu'il peut à gauche ou à droite blesser l’un des témoins du combat.


Un jour, pendant une leçon d'escrime, un créancier vint me troubler ; je le poursuivis dans l'escalier à coups de fleuret. Quand je revins, le maître d'armes, un géant pacifique qui m'aurait jeté par terre en soufflant sur moi, me dit : «Comme vous prodiguez votre antipathie ! Un poète ! Un philosophe ! Ah fi !» - J'avais perdu le temps de faire deux assauts, j'étais essoufflé, honteux, et méprisé par un homme de plus, - le créancier, à qui je n'avais pas fait grand mal.


En effet, la haine est une liqueur précieuse, un poison plus cher que celui des Borgia, - car il est fait avec notre sang, notre santé, notre sommeil, et les deux tiers de notre amour ! Il faut en être avare!



*



Today, while blogging around, I feel as if somebody had stolen a valuable thing from me, and not only from me but from many of the people I love and admire the most. The stolen object, so dear, was a fine jewel, gently given, and rare as Paradise in flames.


I feel betrayed, so I still can sing what Liam Gallagher does, when he borrows lyrics from his brother's song: “You can take my soul but not my pride/ as I face the sun I cast no shadow”.
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L'homme dans la cité

12:36 AM

“La ciudad es condición sine qua non de humanidad; el hombre, por lo menos aristotélico, podríamos decir, con todas las herencias sucesivas, es ciudadano […] Es así como el hombre, al limitar su acción individual, su fortaleza física, su destreza de cazador primitivo, por ejemplo, al limitarla y compartir los frutos de sus hazañas cinegéticas o pescadoras, en ese momento crea la posibilidad de la ciudad, donde todos tienen que renunciar a ese libre ejercicio. Se ha hablado de esa libertad del campo y de esta esclavitud de la ciudad. Cómo no recordar el “París se repuebla” de Arthur Rimbaud, esos hombres que en el siglo [ante] pasado vagaron, divagaron y fueron exterminados por las ciudades tantas veces. Pienso en los románticos de todas partes, en los que veían esa pérdida de naturaleza y esa destrucción sucesiva de las pequeñas ciudades y de las aldeas.”


Juan José Arreola dixit
en las
Jornadas de Otoño 86
de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM
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I

Por mucho tiempo me pensé inexorablemente urbano. Soy defeño de tercera generación por línea paterna y de cuarta generación por línea materna. Mi familia, durante el siglo pasado, atestiguó como San Ángel paso de ser el pueblo recóndito más allá de lo que mi bisabuelo —quien nació en Coyoacán, además de vivir después en la Guerrero y en Portales— llamaba los caminos mortales de Santo Domingo y Copilco a ser la zona comercial aledaña a la Universidad.

En sus niñez mis padres consideraban a Tlahuac una aldea lejana fuera de la ciudad; no imaginaban que al cabo de un par de décadas la autopista que llevaba al mencionado pueblo sería una avenida y comprarían una casa a dos cuadras de la misma. El lugar que llamo hogar, desde que tengo uso de razón, tiene al centro de Tlahuac y a San Ángel como puntos equidistantes.

Ambos puntos han marcado, a mis ojos, la dicotomía de la ciudad. Veinte minutos de camino en dirección a San Ángel me llevan a Taxqueña, punto de partida hacia donde quiera que lleve el metro —con sus vendedores de discos que siempre derrotan a mis audífonos con sus bocinas escupecumbias—, el microbús —que sale en varias rutas a casi cualquier lugar del sur de la ciudad desde paraderos aromatizados con miados— o incluso fuera de la urbe en un pullman de la Central Camionera —donde hay mingitorios baratos para quien ande cerca, aunque no lo sepan los microbuseros.

Hacia el otro extremo no son necesarios veinte sino quince minutos para recordar la advertencia de Axl Rose “Welcome to the jungle”, es decir a San Lorenzo Tezonco, hogar del Reclusorio Oriente (donde residen celebridades como el Poeta-caníbal de la Guerrero y la Mataviejitos), barrio proveedor, entre otras monerías, de piratería y casas de seguridad para secuestradores, cuya hospitalidad ya probaron las hermanas de Thalía y Rubén Omar Romano cuando era técnico del Cruz Azul.
Se trata, pues, de la Iztapalapa barbará donde si uno no pertenece a las tribu local es mejor no meterse, pero que celebra, piadosa y escandalosamente, con puntualidad a todos sus santos. La Iztapalapa que se expande alrededor del Cerro de la Estrella con sus colonias que aún se hacen llamar pueblos, cuya fiesta magna consiste en crucificar a un dispuesto aldeano. Personificar el mito de la cruz es la forma en que los iztapalapeños se niegan a ser parte del demonio que es la ciudad. En Tlahuac la negación es aún más radical. La violencia legendaria de Iztapalapa comenzó, tal vez, como rechazo al foráneo. Fue un impulso similar el que una noche, impulsado por desconfianza y barbarismo, llegó a su paroxismo en Tlahuac con un par de policías linchados y sacrificados en un auto de fe mediante el cual el pueblo pretendía exorcizar de sí mismo al demonio-ciudad.

Esos pueblos devorados por la ciudad pueden dar grandes muestras de generosidad. En sus ferias demuestran ser grandes anfitriones. Pero también pueden ser hostiles e intolerantes. Su sentido de identidad está basado en la dicotomía entre el hombre de la ciudad y el hombre del pueblo devorado por el demonio de asfalto y hierro. La cercanía a esos pueblos siempre fue para mí sólo eso, cercanía. Y a pesar de la cercanía sólo ahí me he sentido extranjero. Son lugares por los que siento más un gran respeto que el ya tan mediatizado temor a la inseguridad. Pensar en esos lugares me implica pensar en lo que no soy; son lugares en los cuales, por es simple hecho de no pertnecer, he sentido, paradojicamente en el umbral entre pueblo y ciudad, la hostilidad citadina que refiere Jacques Brel al final de "L'homme dans la cité":
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"Pourvu que nous vienne un homme
Aux portes de la cité
Avant que les autre hommes
Qui vivent dans la cité
Humiliés l'espoir meurtri
Et lourds de leur colère froide
Ne dressent au creux des nuits
De nouvelles barricades"
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II
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El otro extremo, hacia San Ángel siempre fue el rumbo de las avenidas grandes. Santa Anna y Taxqueña (ahora con sendos puentes vehiculares nuevos) han sido las alternativas de salida hacia los lugares a donde hay que ir. Miramontes, del metro Taxqueña a Xochimilco cruzando por la república autónoma y rebelde de la Villa Coapa. O bien, el Periférico, desde Cuemanco hasta Perisur.
La arboleda Miguel Angel de Quevedo, siempre he pensado, tiene un aire porfiriano que contrasta con las marcas de urbanización apresurada del otro extremo; es la avenida que lleva a casa de mi abuelo, que me lleva a las librerías y a la Universidad. Finalmente, ya en San Ángel, Insurgentes (y su gemela malvada, Revolución) que con promesas maternas de hamburguesas y juguetes terminó por convertirse en el arquetipo de gran avenida de la gran ciudad durante mi infancia. Ahora es la avenida que el metrobus arrunió, pero que mantiene unos tramos amigables con quien desea caminar durante el día.
Otras avenidas que recuerdo conocer desde siempre son Tlalpan, para ir al centro, al trabajo de mi padre, donde el metro no es subterráneo; y el Eje Central, la avenida que va hacia casa de mi bisabuela, la casa de la infancia de mi madre y mi abuelo, una avenida que me lleva hacia el pasado, a los ancestros, a sentir arraigo a pesar de estar de acuerdo con Eduardo Lizalde en “que habitamos el vientre materno, eterno, inexpugnable/ de la indómita monstrua”.
Sin embargo es sólo el pasado, la sangre, por lo que siento arraigo. No siento arraigo por el asfalto, los edificios ni los autos que hacen monstruosa a la ciudad. Mucho menos lo siento por los intentos vanos por hacerla funcional, como los distribuidores viales que sólo la hacen más grotesca.
Conozco bien el arraigo por hechos, mas el arraigo por el lugar per se es algo que Wordsworth, sobre todo, me ha venido a enseñar y los viajes me han hecho comprobar. Desconozco el placer por habilidades campiranas que describe Arreola, yo nací de gente que ya había olvidado esas artes. A veces siento que sólo me queda la melancolía, primero parisina y luego en gran medida occidental, que Baudelaire y Rimbaud le heredaron a Apollinaire, quien escribe en “Zone” sobre una angustía que muchas veces reconocí al caminar al otro extremo de la ciudad, por Reforma o Bucareli:
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"Maintenant tu marches dans Paris tout seul parmi la foule
Des troupeaux d'autobus mugissants près de toi roulent
L'angoisse de l'amour te serre le gosier
Comme si tu ne devais jamais plus être aimé
Si tu vivais dans l'ancien temps tu entrerais dans un monastère
Vous avez honte quand vous vous surprenez à dire une prière
Tu te moques de toi et comme le feu de l'Enfer ton rire pétille
Les étincelles de ton rire dorent le fond de ta vie
C'est un tableau pendu dans un sombre musée
Et quelquefois tu vas le regarder de près

Aujourd'hui tu marches dans Paris les femmes sont ensanglantées
C'était et je voudrais ne pas m'en souvenir c'était au déclin de la beauté"
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Eliud C. Delgado: poeta, traductor & flâneur/lector de comics y melómano indie/medio geek/cultivador de las intertextualidades dispares//Regala PDFs// Antologado en Paraíso en llamas (Literal, 2008) y Perduración de la palabra (Facultad de Filosofía y Letras UNAM, 2008)

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