de Incurable (David Huerta)
"No creo en nada, es triste decirlo. Estoy esperando. Alguien puede
llegar a solicitarme un plato, una costumbre, una raya,
una serenidad. Y yo no tengo nada, no estoy aquí, me he ido.
Estoy
adentro de mí mismo, sin esperar nada, sediento como una
helada sequía en la pared de mis huesos. Humedas orlas
acompañan estas declaraciones: no son nada porque no creo nada.
Estoy tirado, eso es: tirado entre las rayas y en el piso estéril
del patetismo. Y no me quejo.
"Qué imagen de ti mismo en ella, cuando volvía la cabeza sin
sonreír y en la mano derecha tenía un arma dócil, un
cuchillo de cocina: y te sorprendió su larga suavidad, la
delgadez de sus gestos, el gusto
de respirar como un animal soberbio e inteligente. Adelantar la
mano con el cuchillo para reconvenirte, salir
de su boca todas esas palabras sencillas y complicadas a la vez:
cuánto silencio fatigado en tu boca dormida.
No respondiste. "Sería mejor un beso", pensaste, "para romper
esta huella de conyugalidad" (eso pensaste), y
a continuación la frescura de tus brazos en su cuello y su mano
derecha buscando la tuya, izquierda, y
la rectitud del beso en la complicación de las bocas --y estaba
todo de nuevo en un clima de fiesta y
el manto del tercer día (muerte) no los buscaba ya, sino que
dos o tres minutos después
la carne toda era una ceniza dulce para sus miedos y para sus
amenazadas esperanzas. Y esperanza hubo, eso
sí lo supiste, algo que no moriría, tibio como un guiso celestial
en el pecho y en la planicie sosegada del atardecer
que veían desde la cama. Mejor un beso, callar ese cálido
enfado con unos labios terribles y esperanzados y
terminar desnudos en la cama para que el aire se llenera de esos
olores que siempre los sorprendieron, tú y ella
otra vez como alguna vez quisieron decir, decir así: ya siempre".
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